Intenté esculpir una tumba de piedra. Era para él: cada golpe culminaba un regalo de mi inspiración. Pero no logré mi objetivo, pues al abrir los ojos noté que frente a mí yacía una fuente.
A primera vista pensé que mi trabajo estaba lleno de errores; pronto descubrí que eso no era cierto. La fuente parecía haber recorrido la vida entera con sus años y seguir ahí, viva, con un poco de desgaste. Qué tiempo tan infantil que no desaparece las cosas pero si las maltrata ó, en ocasiones, las cambia de lugar.
Dentro de mi habitación, recostado frente a lo que simula una cama hecha con palmas y flores de algodón, pienso que la tumba de mi proyecto original existe en el universo pasado, aquél que ya no vuelve para lastimar. Esta fuente es un chorro de agua, vida para una nueva realidad. Luego cierro los ojos.
Cuando los vuelvo a abrir estás tú. Observas que me pongo nervioso contigo; además, no sé que hacer, ó decir, ó pensar. Te encuentras parada en mi santuario, luciendo tu belleza más fina para el mundo. Escribes un nombre en la fuente y luego caminas hacia donde yo me encuentro y me besas. Largo y tendido... dulce y adictivo... rico y fugaz...
Cierro los ojos y los vuelvo a abrir. Y sentado junto a una piedra cúbica perfectamente lijada, comienzo esculpir la tumba del año partido, para edificar el trono de la novedad.