Caminas por la calle cuando algo ilumina tu mente. Tienes una idea buenísima y no deseas olvidarla, así que se la narras al primer peaton que pasa. Resulta que el extraño es una persona de buen carácter, entonces acepta escuchar tu puntada filosófica.
No importa la conchada que él esté pensando, tu desahogaste la necesidad. Continuas tu marcha repitiendo tal ocurrencia, para mantener viva la esperanza de conservar al menos un fragmento de su integridad.
La cabeza es un libro buenísimo para los pegotes.