Frente a mi, está el espejo de la realidad. Vago por las calles desesperado, sin rumbo fijo. Mi cuerpo, golpeado por la vida; mis manos, desgarradas por la noche. No tengo alma ni mente ni emoción. Soy un ente perdido, cuya soledad sólo se cura con el recuerdo permanente.
Los tatuajes callejeros cambiaron el color a mi piel. Ahora es gris, es penumbra. Grita lo que un marcador salvaje grava al día sobre su superfície áspera: ¡auxilio!
Pero finalmente, me amarro a un pensamiento lustroso, color cielo. Eres tú. Tú que estás aquí. Y mientras camino con rumbo marcado a mi perdición, te tomo de la mano cual soga bien apretada, para que no me dejes partir.