Cuando vuelo pienso en tu piel tersa,
me dan ganas de resbalarme.
Deseo morderla y sentir su suavidad acolchonada,
cual nube blanca vista desde arriba.
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Viajo y recuerdo:
los maizales dorados del campo mexicano,
los comales incandescentes cubiertos con chipotle,
el cacao amontonado en los costales a granel,
el café (de Cuetzalan) y su canto lanzando chispas al tostarse.
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Tú figuras mezclada con ese sabor tradicional,
con el toque especiado de nuestra cultura.
Eres morena y alargada, en tus caderas se excitan los vientos.
Posees el color de la tierra en tu piel.
Tus ojos, primogénitos en ver los astros,
nombraron cada uno con su luz.
Tierra mexica, maya y tlaxcalteca: toda tuya.
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Me paseo con tu imagen en la cabeza.
Recorro, ligero como coyote hambriento,
las escalinatas de dos pirámides majestuosas:
una alaba a tu padre el sol, la otra a la luna.
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Yo, hijo también de ellos, me enamoro.
Con la mirada serena me envuelvo de universo
y estoy listo para narrar los ruidos de la vida.
Me dicen rey, otros poeta;
pero mi nombre ahulla al infinito lo que soy:
Netzahualcóyotl, el mexicano.