Ayer explotó mi cabeza,
sólo pude distinguir dos colores:
el violeta de la luz que irradiaba mis ojos
y el negro profundo de la alcoba circundante.
Me volví loco, porque mi soledad me venció;
rompiendo así paradigmas en mi sueño.
Entonces miraba el televisor:
ventana estúpida que enajena.
Comencé a llorar.