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La casa está vacía, ¡vacía!, de tal forma que el polvo predomina en su interior, los muebles no han cambiado de lugar en 120 días y al parecer el aire tampoco. Toda la seriedad de sus paredes transmite el dolor generado por la nada, falta de energía, cero absoluto.
Los aplausos generan eco mortuario que se encuentra pendiente de cuidar el silencio. Ni un ruido puede romper la calma, el dominio pertenece a la melancolía.
De pronto despierto y la casa resulta mi corazón.
Setenta latidos por minuto... cuarenta ahora... cinco... paro fulminante.