Nací amando la firmeza de tus mamas;
me bastaba con apretar los labios
para recibir un chorro de elixir proveniente de ellas.
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Chupé todo.
Tu leche, tu amor, tus vitaminas.
Cuando me agotaba de succionar,
solía besar tu piel en agradecimiento por el festín lácteo.
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Ahora que estoy más grande y sé observar,
encontré en un puesto de revistas una foto espléndida.
¡Es una madre!
Pero no cualquiera: es una madre que alimenta.
Y tal es la razón por la que escribo.
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Desde mi descubrimiento,
he tapizado la alcoba entera con fotos nodrizas
y cada vez que las observo pienso en ti.
Madre naturaleza.
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No te preocupes,
por ahora sólo necesito ver tu cuerpo.
Mañana, cuando mi piel se desgarre en la obscuridad,
arrancaré las imágenes de la ventana.
Entonces el sol podrá pasar.