Primero, somos mórula: tráfico tremendo y amontonado de células insaciables. Luego, nos convertimos en la hermosa carga de un vientre endurecido, relleno del líquido de la vida. Finalmente, nos proyectamos por un túnel estrecho hacia lo desconocido, con esperanzas de tener una vida cálida como las manos de quien nos recibe.
Así vivimos. Siempre esperando lo mejor, siempre buscando un futuro glorioso. Divisamos un panorama incierto, que nos colma de bondades ó arbitrariedades; pero jamás dejamos de hacerlo, nunca termina el análisis exahustivo de quienes somos, hacia dónde nos dirigimos.
Lo que el mundo obtiene es nuestra energía, un resplandor, la silueta del espíritu. Gana todo aquello que aún no explicamos y que intriga. Obtiene lo que nos compone, un montón de átomos revoltosos que cuando eligen la revolución, logran cosas sorprendentes. Como las flores, el cielo, el agua, las emociones, el pensamiento; y todo lo demás.
Hasta allá alcanza nuestra mente: en una primera escala, topa con el límite de lo que la vista captura; pero luego, la imaginación rompe las fronteras, y corre mucho más. Hasta que nos disolvemos, y cobramos forma del carbono que otro más necesitará para ser y estar.