Manto luminoso, cielo claro.
En tu horizonte confundo la franja con que terminas,
linea divisora que denuncia tu silueta.
Arrojas tu sombra. Envuelves el mundo.
Lloras, cada vez que la tierra te convoca.
.
Por el crepitar de tus deslices te descubres,
presumiendo un nuevo frente esponjado y,
cual almohada de azucar, exhortas a los hombres
(todos vulnerables) con probar el deleitoso sabor
de tu gloria magna.
.
.
De tu lecho caen mensajes de paz.
Serenidad frondosa, fruto de la equidad.
Con tu perspicacia los escondes en codigos carnales.
Sobre la piel de tu hija, dentro de cada gota que
humecta sus labios y en su mirada.
Ternura bizarra inentendible.
.
Ahora deseeo leer cada uno de ellos.
Intento ser aguila, paloma o condor.
Para abrazarme con tu frescura,
acechar a tu mensajera y,
cuando ella menos se lo espere, penetrar.
Tan profundo en sus huellas,
como en la calida colcha de tu amor.