El sonido hueco de una gota de agua rompe la paz oscilante de un lago perdido. Digo perdido, porque ni el hombre ni la energía lo visitan. Luce tan muerto, que es difícil pensar en alguna especie viviente dentro de él; sin embargo, una gota ha saltado. Tan tremendo acontecimiento no puede ser coincidencia: algo pasó.
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Veinte, treinta, cuarenta segundos después, cual rayo eléctrico deslumbrante, otra gota volvió a azotarse con un sonido hueco sobre la superficie petrificada del lugar donde nunca existió la vida.
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Los árboles secos que observaban tan fascinante espectáculo, comenzaron a mover sus raices en dirección del manto acuífero. Quien sabe, quizás esa pequeña cosa les haría cosquillas abajo. Un minuto, dos y luego veinte; nada ocurrió. La decepción ya se notaba en el rostro natural de todas aquellas especies secas y entristecidas por el paso de los años perdidos cuando, sin previo aviso, una luz encendió nuevamente sus sombras y dejó pegar su gota contra el agua.
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Entonces, después del asombro de arbustos, robles y eucaliptos, alguien comenzó a reir. La carcajada era tan contajiosa que pronto todo el valle del olvido llorába de la risa. Esta vez, una, dos y tres gotas iluminaron sus siluetas perdidas por años y dejaron sonar el eco de la caída.
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Como era de esperarse, llegó el momento en que todo el mundo calló. Y fue entonces y sólo entonces, cuando una pequeña conchita asomó sus grandes ojos por encima de la superficie y comenzó a reir con voz pícara y dulce. Clac, clac, clac tres conchazos se escucharon y el viento lanzó un huracán. La lluvia acompañaba con ecos cada triple clac del molusco extrovertido.
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Finalmente, cuando el asombro de la flora local desapareció tajante, la conchita se introdujo con un saludo muy particular:
Bosque mágico, tierra de leyendas y mitos,
soy el cúmulo de gloria que tu oxígeno produjo.
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Tantos años de respiración muerta
te alejó de millones de sitios
hermosos como la luz;
pero tu sacrificio luce ahora agradecido
por esta sonrrisa joven,
que presume la vida con ánimo y lujo.
Posteriormente, inició un cántico extraordinario, que ocasionó verdura y brillo hasta en los rincones más obscuros del lugar:
Voy abriendo caminos para dejar
las cosas buenas de la vida en tu campo.
Traigo la brisa del sol por las mañanas,
iluminando siempre desde el norte
directo a cada uno de tus flancos.
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Tan...tan...tan...
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¡Mundo hermoso!