Si la pared es blanda, sus vellosidades se acurrucan.
El áspero sonido de sus pasos retumba en la memoria de quienes,
entre sueños, escucharon la proximidad amenazante
de una araña raspadora.
No pertenece al reino animal; la naturaleza no
creó voluntariamente algo tan despreciable. Es humana,
y poco sociable. Se esconde en la política de un
país perdido; una nación poseedora de cuentas pendientes.
Aunque haya cambio, ella continúa con gran disimulo:
la raspadora corrupta desgarra lentamente el corazón
de nuestro país.