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Cuando eramos pequeñitos, la vida se trataba de posibilidades alternativas para satisfacer una necesidad. Si los hermanos querían ir al concierto del negro popero, a los más pequeños nos convencían de asistir a la feria en su lugar. Claro que para entonces no era un mal canje, pues uno podía comer dulces, jugar a las canicas y aventar pelotones a la placa metalica que accionaba un mecanismo a través del cual, un pobre hombre mal pagado caía al agua si el jugador tenía buena puntería.
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Pero lo mejor llegaba después de la música y los juguetes: la esperada hora de cenar. Taquitos, gorditas, memelas, chalupas, picaditas, huaraches, chiles empanizados. ¡ Todo el sabor de méxico en el comal !