“México verde, México tú: sol de nuestra vida.”
Llegó la luz. Abrí mis ojos y me topé con la maravillosa noticia de haber nacido. ¡Qué regalo! Tan hermoso, gentil, sublime. Luego, frente a mi, un par extraordinario. Ahí estabas tu, seguro, conmovido en la mirada. Y ella, mi madre. Desgastada por culpa mía, por la tremenda frente que me heredaste y que no podíamos sacar de aquél vientre liso y delicado.
Así comenzó. A partir de aquél momento, aprendí muchas cosas sobre tu personalidad y tus sueños. Hoy, una imagen fija se dibuja en mi mente cada vez que el viento pronuncia tu nombre: un ser humano fuerte, sabio como el detalle de sus barbas, luchador incansable, amigo sincero, esposo sin igual. La boina, el morral de cuero y la pluma te caricaturizan ahora en mis sueños.
Tu primera lección fue muy sencilla de escuchar; pero sumamente complicada para poner en práctica: “ama a la gente.” ¡Imagínense la tremenda tarea! Todavía hoy me peleo con algunos ejercicios prácticos. Sin embargo, esa enseñanza le dio sentido a mi vida y, sin duda, a la de todas las personas que te conocen.
Después, entramos en materia de política. El salón de la vida donde nos criaste, me enseñó la tolerancia. Yo creo fervientemente que, como maestro, siempre has sido de esos bonachones canijos que adoran las tareas largas. Porque ¡ah! cómo me costó comprender a ciencia cierta el significado de esa palabra. Cuando finalmente lo logré, hice de ella mi práctica diaria.
Tu última enseñanza, fue la lucha. La lucha constante y efectiva. Para llevarla a cabo, le anexaste dos incisos: el análisis crítico y la humildad. Y bueno, para quienes comprenden de qué estoy hablando, seguro saben la complejidad de esas lecciones, y la cantidad de temas secundarios que implican. Padre, tu nos enseñaste todo, todo en lo que creías, todo en lo que soñabas, todo lo que tu eres.
Hoy, estás aquí. En cada esquina de este lugar, en el corazón de cada uno de nosotros, en nuestra mente, en el aire, en el suelo, en el sol, en la vida, en nuestra religión. En tus tres discípulos y tu compañera, grandiosa, de la que tanto aprendimos también. Estás aquí y la lírica de tus pensamientos se nota plasmada en todo lo que ocurre a nuestro alrededor. Tan poeta eres, tan romántico, que cuando llegó la hora de que partieras, cayeron del cielo gotas y relámpagos de pasión.
Nunca hemos de olvidar esa frase chusca que te encantaba pronunciar en navidad: “no se olviden que el 16 de septiembre del próximo año están todos invitados a festejar mi cumpleaños”. Nunca hemos de olvidar, los primos, cuando nos interrogabas con seguridad: ¿ya pasaste a secundaria mijita? Nunca, nunca hemos de olvidar la expresión máxima de tu amor: “mi esposa es la mujer más hermosa de la vía láctea y galaxias circunvecinas”.
México tiene siete soles: uno son tus ojos. El segundo, tu voz. El tercero, tu pluma y los cientos de artículos que escribiste. El cuarto, ese amor tan grande por lo justo. El quinto, tu lucha: la que siempre peleaste hasta el final, y que nosotros ayudaremos a consumar, la lucha por la paz. El sexto, tu convicción de que todos, todos absolutamente, debemos expresar lo que sentimos y el séptimo: tu pasión, esa chispa luminosa que encendió la llama del amor con la que ahora todos vivimos. Y uno de esos soles, ¡es verde!
Te vamos a aplaudir, por las vidas que salvaste. Te vamos a aplaudir, por la humildad y el carisma que le brindaste a nuestra vida. Te vamos a aplaudir, por que incluso en tu momento más difícil, ganaste la batalla. Te vamos a aplaudir por que te queremos, y nada más.
¡Viva México papá! ¡El México que tú construiste!
Gracias, gracias por estar aquí.
Llegó la luz. Abrí mis ojos y me topé con la maravillosa noticia de haber nacido. ¡Qué regalo! Tan hermoso, gentil, sublime. Luego, frente a mi, un par extraordinario. Ahí estabas tu, seguro, conmovido en la mirada. Y ella, mi madre. Desgastada por culpa mía, por la tremenda frente que me heredaste y que no podíamos sacar de aquél vientre liso y delicado.
Así comenzó. A partir de aquél momento, aprendí muchas cosas sobre tu personalidad y tus sueños. Hoy, una imagen fija se dibuja en mi mente cada vez que el viento pronuncia tu nombre: un ser humano fuerte, sabio como el detalle de sus barbas, luchador incansable, amigo sincero, esposo sin igual. La boina, el morral de cuero y la pluma te caricaturizan ahora en mis sueños.
Tu primera lección fue muy sencilla de escuchar; pero sumamente complicada para poner en práctica: “ama a la gente.” ¡Imagínense la tremenda tarea! Todavía hoy me peleo con algunos ejercicios prácticos. Sin embargo, esa enseñanza le dio sentido a mi vida y, sin duda, a la de todas las personas que te conocen.
Después, entramos en materia de política. El salón de la vida donde nos criaste, me enseñó la tolerancia. Yo creo fervientemente que, como maestro, siempre has sido de esos bonachones canijos que adoran las tareas largas. Porque ¡ah! cómo me costó comprender a ciencia cierta el significado de esa palabra. Cuando finalmente lo logré, hice de ella mi práctica diaria.
Tu última enseñanza, fue la lucha. La lucha constante y efectiva. Para llevarla a cabo, le anexaste dos incisos: el análisis crítico y la humildad. Y bueno, para quienes comprenden de qué estoy hablando, seguro saben la complejidad de esas lecciones, y la cantidad de temas secundarios que implican. Padre, tu nos enseñaste todo, todo en lo que creías, todo en lo que soñabas, todo lo que tu eres.
Hoy, estás aquí. En cada esquina de este lugar, en el corazón de cada uno de nosotros, en nuestra mente, en el aire, en el suelo, en el sol, en la vida, en nuestra religión. En tus tres discípulos y tu compañera, grandiosa, de la que tanto aprendimos también. Estás aquí y la lírica de tus pensamientos se nota plasmada en todo lo que ocurre a nuestro alrededor. Tan poeta eres, tan romántico, que cuando llegó la hora de que partieras, cayeron del cielo gotas y relámpagos de pasión.
Nunca hemos de olvidar esa frase chusca que te encantaba pronunciar en navidad: “no se olviden que el 16 de septiembre del próximo año están todos invitados a festejar mi cumpleaños”. Nunca hemos de olvidar, los primos, cuando nos interrogabas con seguridad: ¿ya pasaste a secundaria mijita? Nunca, nunca hemos de olvidar la expresión máxima de tu amor: “mi esposa es la mujer más hermosa de la vía láctea y galaxias circunvecinas”.
México tiene siete soles: uno son tus ojos. El segundo, tu voz. El tercero, tu pluma y los cientos de artículos que escribiste. El cuarto, ese amor tan grande por lo justo. El quinto, tu lucha: la que siempre peleaste hasta el final, y que nosotros ayudaremos a consumar, la lucha por la paz. El sexto, tu convicción de que todos, todos absolutamente, debemos expresar lo que sentimos y el séptimo: tu pasión, esa chispa luminosa que encendió la llama del amor con la que ahora todos vivimos. Y uno de esos soles, ¡es verde!
Te vamos a aplaudir, por las vidas que salvaste. Te vamos a aplaudir, por la humildad y el carisma que le brindaste a nuestra vida. Te vamos a aplaudir, por que incluso en tu momento más difícil, ganaste la batalla. Te vamos a aplaudir por que te queremos, y nada más.
¡Viva México papá! ¡El México que tú construiste!
Gracias, gracias por estar aquí.