Quiero pensar que nadie heredó la esencia de sus palabras, nadie y sólo nosotros. Qué relato tan hermoso. Aquí lo copio.
¡Asilado en su propio país!
Cuitláhuac Arroyo Parra
A María Luisa Currás Santos
Principio y fin de mi existencia
La llamada de Rafael de León Caldera, Tercer Secretario de la Embajada de México en Uruguay, fue tajante:
- Urge te presentes a la residencia oficial de la misión y permanezcas ahí hasta nueva orden.
Del vestíbulo de la Galería de Arte Municipal de Montevideo, alojada en el subsuelo de la Plaza del Entrevero, a donde habíamos concurrido para participar en una mesa redonda sobre pintura latinoamericana contemporánea, salí con María Luisa hacia su domicilio en el barrio de Comercio y Ocho de Octubre.El mensaje, escueto y muy directo, no me decía mayor cosa. Rafael de León era un europeizado diplomático de carrera, pasado de los cuarenta años, con un marcado parecido al actor norteamericano Peter Lorry. La vida no le había sido generosa y por tanto, acusaba un profundo temperamento neurótico; con él solo se podía hablar en buenos términos al influjo de un par de whiskys o después de algunas copas de vino tinto, francés, por supuesto. En el fondo, yo percibí en su mensaje una mezcla de flema diplomática con alegría maliciosa. De camino a casa de mi esposa, en un taxi Mercedes Benz de modeloatrasado, recordé la nota principal del diario El País deaquél 22 dejulio de 1977:
DETIENEN A AGENTE DE ESPIONAJE EN CARRASCO (barrio residencial quealberga y da nombre al Aeropuerto Internacional de Montevideo).
Precedida de abundante material fotográfico, la nota de ocho columnas, tenía una redacción larga y farragosa, con uncintillo:
En1969 fue Canjeado por un Embajador Secuestrado y un segundo titular: Periodista Brasileño Había sido Terrorista en su País.
Era obvio, la detención clandestina de Flavio Tavares Freitas, corresponsal de Excélsior en Buenos Aires, y quien había llegado aMontevideo para sumarse a las gestiones por la liberación de Graziano Pascale, a su vez corresponsal del periódico mexicano en el Uruguay,no podía ocultarse más ante la fuerte presión internacional generada en su defensa. Muchos eran los hilos que nos relacionaban con Flavio: amistad común con asilados políticos brasileños en Montevideo, y con Julio Sherer García (que Flavio traicionó durante el artero golpe de Echeverría a Excélsior en 1976) y sobre todo, la lucha secreta y muy intensa para liberar a Pascale, preso por publicar en México una nota sobre el IV Aniversario del Golpe de Estado, en aquél pequeño pero hermoso país de nuestra siempre bien amada América Latina.
Yo no podía precisar exactamente el origen y fundamento de la llamada de Rafael de León, pero el contexto me lo decía todo. En casade mi compañera tomé algunas prendas de vestir, me despedí y salí con dirección a la residencia de la embajada. A distancia observé algunos vehículos sospechosos que rodeaban la casa de mis suegros y supuse que lo mismo estaba sucediendo con nuestro departamento de la Rambla República de Perú, frente a la playa de Pocitos, donde teníamos el domicilio conyugal. Pero eso, en el Uruguay de aquellos años era pan nuestro de cada día, de manera que no me extrañó en absoluto. A fuerza de vivirlo, uno se hace a la idea de que esa ofensiva presencia forma parte del paisaje cotidiano, máxime cuando la policía política y los agentes de civil irrespetaban la inmunidad diplomática y recurrentemente nos detenían en carreteras o lugares públicos, parapedir documentos de identificación, en una actitud de franca hostilización, ello claro con diplomáticos que recibían en sus oficinas a perseguidos políticos en búsqueda de asilo, o cuya orientación política no era del agrado de los militares golpistas.
Más de una vez hallé mi departamento revuelto y desordenado pero intacto; según me comentó un amigo de la resistencia uruguaya, cuando eso sucedía, los militares buscaban amedrentar a la gente y no precisamente hallar objetos o documentación de naturaleza subversiva. Una muestra de cómo se las gastaban los militares uruguayos fue la violenta detención, el 4 de junio de 1976, de la joven opositora Elena Quinteros, quien ya dentro de los jardines de la embajada de Venezuela, ubicada en la esquina de Bulevar Artigas y Guaná, fue literalmente arrancada de las manos del embajador Julio Campos y del consejero político Carlos Baptista por dos agentes de la policía política. El forcejeo fue intenso y los milicos debieron usar sus armas para lograr el objetivo; así, dos funcionarios de aquella representación diplomática, Baptista y otro cuyo nombre no recuerdo, fueron baleados en las piernas. Al día siguiente, se produjo el rompimiento de relaciones entre Venezuela y la República Oriental delUruguay. Elena Quinteros, supe después, fue cobardemente asesinada.
Tan pronto arribé a la residencia, por cierto también rodeada de vehículos policiacos, Fernando Sandoval Flores, a la sazón Agregado Civil de nuestra embajada, me recibió preocupado pero con un granafecto. – Tengo instrucciones, me dijo, de recluirte en la recamara del embajador y no dejarte salir a ningún precio. Tampoco puedes usar el teléfono ni hablar con el personal de servicio y menos aún con los asilados -.
Subí callado la escalera de la casa, saludé a señas a Teresa y Servando, ama de llaves y administrador de la residencia y me introduje en la alcoba principal. Fernando conversó conmigo hasta bien entrada la madrugada, poniéndome al tanto de muchas novedades, por ejemplo, que el embajador Rafael Cervantes Acuña, un Mayor de Caballería que había sido designado como una concesión al ejército por José López Portillo, lo había nombrado "Comandante en Jefe de los Asilados" y por tanto responsable del orden interno de la misión. Fernando ofreció investigar a fondo el motivo de mi enclaustramiento y mantenerme informado.
A la mañana siguiente, el secretario de León Caldera y el Encargado de la Sección Consular de nuestra cancillería, Alfredo Gaytán Hinojosa, se apersonaron desde primera hora en la misión. De León me hizo saber que a partir de ese momento: debía considerarme "un asilado más" y por tanto el régimen al que debía someterme hasta mi eventual traslado a México, era el de los mismos asilados ahí alojados, en espera del salvoconducto correspondiente. No dio ningún otro tipo de explicación y ambos, Gaytán y él, se marcharon enseguida. A leguas se distinguía su satisfacción por el suceso; hacía tiempo que ellos deseaban mi destitución pues nuestras diferencias ideológicas y el apoyo que el embajador salienteVicente Muñiz me había prodigado, los tenía más que molestos, aún cuando en todas las oportunidades en que fungí como Encargado de Negocios Ad Interim, por ausencia de nuestro jefe, les di su lugar y les traté con respeto y compañerismo. Creo que su molestia primordial radicaba en mi manera de relacionarme con diplomáticos, intelectuales, artistas y políticos de izquierda, con quienes hice profundas y duraderas amistades. Supongo que las llamadas telefónicas o las conversaciones con Juan Carlos Onetti, el gran escritor uruguayo, o con el cantautor Alfredo Zitarrosa, les generaban una gran dosis de celo profesional.
Los días que siguieron fueron de inquietud e incertidumbre. A escondidas conversaba con "mis colegas asilados" del Movimiento de Liberación Nacional "Tupamaros" (MLN-T), del Partido Comunista Uruguayo (PCU), de la Resistencia Obrera Estudiantil (ROE), de los Comandos de Apoyo Tupamaro (CAT's), del Movimiento 26 de Marzo(M26), del Partido Socialista (PS) y de algunas otras corrientes ahí representadas. Para entonces, subrepticiamente, los huéspedes de la misión me allegaron información sobre los antecedentes del periodista detenido. De esa manera me enteré que Flavio Arístides Tavares Freitas, había sido dirigente del movimiento guerrillero brasileño MR8 y responsabilizado de diversos actos considerados ilícitos y por tanto había sido condenado en su país a varios años de prisión. En1969, su organización revolucionaria secuestró a Burke Elbrick, embajador de los Estados en Brasil y para liberarlo exigió la excarcelación inmediata de 15 de sus dirigentes, Flavio entre ellos. El gobierno aceptó el canje: Burke Elbrick viajó a EEUU y FlavioTavares a México, donde fue contratado para trabajar como periodista en el diario Excélsior.
Seis días después, el 28 de julio de 1977, de León Caldera y Gaytán Hinojosa, me comunicaron que al día siguiente volaría aMéxico acompañado de mi esposa, a quien ya habían contactado. Tal cual se previó, la noche del 29 de julio abordamos un 747 de Pan American Airlines – vuelo 516 -, con destino a la ciudad de México. En la escalerilla de la nave, Gaytán exigió la entrega de los carnets diplomáticos de María Luisa y mío, así lo hicimos, no hubo mayor despedida. Viajamos de Montevideo a Caracas, acompañados de un agente de seguridad con pasaporte mexicano pero de nacionalidad argentina, había nacido 32 años antes en El Chaco, él mismo nos lo comentó, después de asegurarse de que no nos moveríamos de nuestros asientos durante toda la travesía.
A su modo, en un lenguaje mitad cifra mitad murmullo, nos indicó que se tenían noticias de que "agentes del comunismo internacional" nos estaban esperando en el aeropuerto de Maiquetía, Venezuela, para llevarnos a la Unión Soviética, el aserto nos pareció ridículo y sonreímos, no se habló más del asunto.
Tras una escala corta en el país del libertador Simón Bolívar, reanudamos el viaje con rumbo a Guatemala, un segundo agente de seguridad se apoltronó a mi derecha. De cabellera espesa, rizada y un rostro de pocos amigos, nos repitió el estribillo:
- no se pueden bajar en el aeropuerto de Guatemala, no pueden hablar con nadie, no pueden hacer llamada telefónica ninguna, ni se pueden mover de sus asientos excepto para ir al baño, en cuyo caso los acompañaré -. Aterrizamos en el pequeño aeropuerto guatemalteco y notamos algunos movimientos fuera de lo común: dos hombres con apariencia de policías secretos(altos, fornidos, de pelo corto, con gafas oscuras), se pararon frente de nosotros acompañados de una sobrecargo. Revisaron nuestros pasaportes, observaron cuidadosamente nuestros rostros y se marcharon. Doscientos cincuenta minutos después llegamos al AeropuertoInternacional "Benito Juárez" de la ciudad de México. El avión se detuvo a unos mil metros de la parada habitual. Por el sonido interno el capitán pidió a los pasajeros no se movieran de sus asientos mientras se hacía una maniobra de rutina por parte de autoridades migratorias locales. El nerviosismo nuestro iba creciendo cuando el oficial de seguridad que nos acompañaba, se levantó y nos pidió lo siguiéramos hasta la puerta de la aeronave; cruzó algunas palabras con quienes nos esperaban y se retiró.
Un hombre de estatura elevada, moreno, robusto, como de unos 42 años preguntó con su ronca voz: -¿Cuitláhuac Arroyo? ¿María Luisa Currás?, por favor acompáñenme -.
Al pie de la escalerilla un automóvil militar de color verde olivo nos aguardaba; subimos y nos colocaron en el asiento trasero, flanqueados por dos agentes de seguridad con características parecidas. Con Ma.Luisa habíamos convenido que si las cosas se complicaban ella trataría de escapar, llamaría a Julio Sherer y daría cuenta de nuestra situación, nada más ingenuo.
Mientras circulábamos por el bulevar puerto aéreo imaginé que nuestro destino serían las cárceles clandestinas de Gobernación, aquellas de las que tanto nos habían hablado algunos compañeros de otros tiempos. Pedí a la persona que daba órdenes y que se ubicaba a la derecha del chofer, en el asiento delantero, abriera la ventanilla del automóvil. -¿Tienen calor? -, dijo y la abrió. - ¿Hacia donde vamos- pregunté nervioso. – A la Cancillería -, contestó la misma persona.- ¿Quién es usted?-, repregunté. – Soy el Capitán Otamendi y tengo órdenes de llevarlos a Relaciones Exteriores -. Recordé que ese día era sábado y se lo dije, pero Otamendí no le dio importancia a mi comentario. –Los están esperando – repuso y encendió un cigarrillo.– Son 33 ejes viales o vías preferenciales, son nuevos, ¿les gustan? -, continuó como tratando de hacer conversación. – Si -, dije a secas y luego le interrogué, buscando tranquilizar a mi esposa: - ¿Y son fluidos? -. Otamendi asintió con la cabeza a la vez que comentaba: -¡Llegamos!
El automóvil se introdujo por una puerta privada, del lado de la Avenida Nonoalco, a una calle del Eje Lázaro Cárdenas, sede de laSecretaría de Relaciones Exteriores de México, hasta el elevador de uso exclusivo para el Secretario Santiago Roél García. Ascendimos acompañados de Otamendi hasta el tercer piso de la torre. Ahí nos aguardaba Mariano Lemus Gas, Director del Servicio Diplomático quien nos condujo por un largo corredor hacia su oficina. Agradeció al militar el servicio prestado y me pidió a mí pasara al privado, Ma.Luisa quedó fuera, en el corredor, sola.
Así que usted es el famoso Cuitláhuac Arroyo –Famoso no, pero si, me llamo de esa manera -¿Sabe usted porqué está aquí? -En absoluto –Está usted acusado de traición a la patria, conspiración, espionaje, desacato, violación a la Ley del Servicio Exterior... Por toda respuesta dejé ir una risilla nerviosa: - No sé dequé me está hablando -, añadí.
Lemus Gas, un joven treintañero,moreno con inconfundibles rasgos siriolibaneses, se molestó por la respuesta y,mientras hacía una llamada telefónica, me contestó con tono enérgico: - ¡Tenemos pruebas! ¡Venga acompáñeme! -. Cruzamos todo lo ancho de su oficina y al fondo había una puerta grande que abrió con cierta violencia. Al fondo, de espaldas, con los puños cerrados apoyados en un escritorio, reconocí a mi jefe en Montevideo, el Mayor de Caballería Rafael Cervantes Acuña. ¡Salude usted a su embajador! -, ordenó Lemus. ¡Que tal embajador! -, dije lacónicamente.
Cervantes Acuña no contestó el saludo. Era un habito en él ignorar a quienes por temor, inseguridad o rabia, no le parecían cercanos. Así sucedió desde el primer día, cuando lo recibimos en Montevideo recién desempacado de México. Tenía prisa por tomar posesión de sucargo pero el embajador Vicente Muñiz, había alargado el plazo involuntariamente, hasta recibir la notificación oficial del Ministerio de Relaciones Exteriores del Uruguay. Cervantes sabía de la confianza política y personal que Muñiz me tenía, alguien lo había informado puntualmente en México y por esa razón desde su arribo me trató descortésmente. Nunca pudimos mejorar nuestra comunicación personal, a distancia se veía su interés en deshacerse de mí, pero no hallaba el modo. Recuerdo que a los pocos días de su llegada me llamó al privado y me pidió le hiciera un informe completo, con mi opinión personal incluida, sobre el conflicto que se estaba viviendo en ese momento en la Universidad Nacional Autónoma de México. Lo siento embajador pero yo hace casi cuatro años que no voy aMéxico. Desconozco lo que ahí esté sucediendo. Si lo desea, puedo hacerle un análisis completo de lo que sucede con la Universidad de la República Oriental del Uruguay –- Pues a ver como le hace, debe ser sobre la UNAM y pronto, lo quiero esta misma tarde. No olvidaré nunca su rostro desencajado cuando esa misma tarde le presenté el documento solicitado. Tomé información de algunos diarios y revistas atrasados que teníamos en la embajada y con ese material preparé el informe, en el que se destacaban las razones que a mi entender explicaban la huelga que se vivía en el principal centro de educación superior de nuestro país.
¡Lo que sospechaba, es usted un comunista! -. No señor, no pertenezco al Partido Comunista-.Cervantes Acuña estaba buscando cualquier pretexto que le justificara su aversión preconcebida hacía mi. Pero tenía claro que yo no me iba a dejar y, en el fondo, temía que lo exhibiera ante la SRE y el Ministerio del ramo en el Uruguay; intuyo que optó por aguardar por un mejor momento, éste que ahora se le aparecía en bandeja de plata.
En esas estábamos cuando de una segunda puerta, ésta ubicada en el extremo izquierdo de la oficina, salió Manuel Bartlett Díaz, Director en Jefe de Asuntos Políticos de la SRE. Saludó con cortesía a los presentes y me repitió las acusaciones vertidas minutos antes por Lemus, con el añadido de:¿Qué responde usted a eso? -Que me parece, con todo respeto Lic. Bartlett, una soberana tontería. ¿Porqué no son más explícitos?A ver, señor embajador, aclárenos el asunto. Entusiasta, con la satisfacción de haber logrado su propósito así fuera de manera indirecta, el Mayor Cervantes Acuña comentó que tras la detención del periodista Flavio Tavares Freitas en Montevideo, la sección de inteligencia del ejército uruguayo, había descubierto una amplia red de espionaje internacional que yo dirigía y que trabajaba para los intereses de la Unión Soviética y Cuba; Flavio lo había confesado todo y en prueba de su dicho, había ofrecido un caset que contenía información confidencial sobre asuntos muy delicados de la política de aquél país, grabados con mi propia voz. Por supuesto las tales pruebas jamás aparecieron y el interrogatorio de casi cinco horas a que me vi sometido, concluyó de manera abrupta: Cervantes Acuña me acusó de trabajar para intereses ajenos a México y yo le riposté citando que en contrario, desde su llegada al país él, Cervantes Acuña, había ofrecido una declaración de prensa en la que anunciaba "el fin del tercermundismo echeverrista (sic) y por tanto del asilo político". También argumenté que tenía pruebas depositadas en la oficina del director de un importante medio de circulación nacional, en las que demostraba que el embajador mexicano había entregado a la feroz policía militar del Uruguay, a Javier Brito, militante de oposición quien llegó herido de bala a la cancillería de nuestra misión, solicitando refugio y que en voz del general Juan Carlos Torres, alto funcionario del Estado Mayor Conjunto del Uruguay (ESMACO), nuestro flamante embajador había entregado a la policía de aquella república las llaves y manuales de claves cifradas y había comunicado por escrito a los militares, no al ministerio de Relaciones Exteriores como en todo caso correspondía, que la inmunidad diplomática solo operaba, para el caso de México, en la persona del propio embajador y del archivo de nuestra representación.
Bartlett intuyó que las cosas se pondrían difíciles y pidió al embajador esperara en la sala adjunta, luego me solicitó le contestara con entera sinceridad si había yo entregado o no un casete con información confidencial a Flavio Tavares. Yo contesté afirmativamente y expliqué:
Si. Una vez que negociamos la liberación de Graziano Pascale, con la intervención de un amigo mío, el abogado Arturo Alonso, director general del periódico El Día de Montevideo, Flavio me pidió información sobre la condición que vivían sus amigos y paisanos exiliados en el Uruguay. Le contesté que lo único disponible era una grabación que reproducía en voz fingida para evitar su reconocimiento, la sentencia dictada en contra de un grupo de militares que se estaban oponiendo a continuar torturando a la gente. Me la dio un capitán de navío amigo mío cuyo nombre obviamente no habría de revelar. Flavio manifestó interés y yo se la proporcioné a cambio de que él la publicara como me lo habían pedido -. El Director en Jefe de Asuntos Políticos me preguntó si tendría inconveniente en plasmar todo eso en un texto de mi puño y letra, yo asentí y así lo hice, me trajeron una máquina de escribir, redacté el documento y lo firmé aclarando en letra manuscrita, por insistencia de Bartlett, que lo ahí vertido había sido escrito sin presión alguna. Vino después la negociación: se me permitiría viajar a Puebla y permanecer en el domicilio de mis padres, hasta nuevo aviso, si yo ofrecía mantenerme en silencio, alejado de los medios, hasta entanto el canciller Roél me recibía. Sentí entonces que ya tenía el controlde la situación y acepté. Minutos después, de la propia cancillería pidieron un radiotaxi que por 20 dólares nos llevó a Puebla.
Dos semanas después, el 13 de agosto, Manuel Bartlett Díaz llamó por teléfono al domicilio de mis padres en la colonia San Manuel de Puebla y me dijo que Santiago Roél me recibiría por la tarde para buscar una solución al problema. Esa mañana en la primera plana de Excélsior, apareció una nota destacada a dos columnas:
"Me utilizó el Diplomático Arroyo Parra"
Complot Contra México: Flavio
* Declaraciones y una grabación en la Embajada
* Un "Amigo personal" dio Nombres y Direcciones
* El Funcionario Debe Hablar Sobre el Espionaje Por Flavio Tavares, corresponsal de Excélsior
La situación ahora quedaba más clara: la presión internacional arreciaba y nuestro canciller tenía en las manos una papa caliente que no sabía como administrar. Por otra parte, yo entendí que Flavio Tavares había optado por la única fórmula a su alcance para salvar el pellejo: inculparme de todo cuanto le fue hallado. A mí me pareció bien pues finalmente, mi esposa y yo estábamos cobijados por la inmunidad diplomática y nada nos pasaría. En ese momento yo me sentí honrado de contribuir a salvar la vida de un amigo, así fuera acosta de mi propio trabajo. Tal razonamiento explicaba la nota de Flavio y no me incomodó para nada, aún cuando algunos amigos poblanos decidieron retirarme el habla o evitarme en la calle o donde les veía. Su miedo, ahora lo sé, era más grande que su amistad por mi.
Santiago Roél García, aparatoso y descortés como era, tenía en su oficina del piso 21 de la Torre de Relaciones Exteriores, de pie a unas nueve o diez personas a las que estaba concediendo audiencia en bloque. A gritos pidió a una secretaria llamara la atención a Fausto Cantú Peña, entonces director General del Instituto Mexicano del Café, por la mala calidad del grano que le había enviado. Manuel Bartlett y yo llegamos por la escalera de servicio y esperamos a que el señor canciller despachara a sus interlocutores. Minutos después pidió a todo mundo saliera de la oficina y se sentó en la lujosa sala de la oficina, nosotros hicimos lo propio, sin invitación. Como en elprimer día, Roél espetó: Así que usted es el famoso Cuitláhuac Arroyo...
A sus órdenes. A ver licenciado Bartlett, ¿trajo usted el expediente? Quien años después sería Secretario de Gobernación y Gobernador de Puebla, acercó al Secretario un abultado fajo de papeles que hasta ese momento no sabía que contenía información acerca de mi. Roél lo revisó con aparente minuciosidad pero lo cierto es que se detuvo en algunos apartados previamente seleccionados. Eran dos discursos de mi época de estudiante, pronunciados en la Plaza de la Democracia frente a la UAP, uno de 1964, poco después de la caída del general Antonio Nava Castillo y otro de 1968. Asumí que se trataba de asustarme, de demostrarme que me tenían perfectamente ubicado. Yo permanecí en silencio. Después de jugar al policía malo, el canciller preguntó a Bartlett como se habían dado las cosas en relación con el caso Flavio Tavares y don Manuel narró lo conversado conmigo, mostrando a su jefe el escrito que yo había redactado y firmado.Roél hizo como si no entendiera nada y se soltó con una perorata inconexa y torpe que ni Bartlett ni yo entendimos. Luego vino la parte de las amenazas:Vamos a estudiar su caso. Ni siquiera intente salir del país, tenemos vigiladas todas las fronteras, aeropuertos y litorales -.
Ya de salida, en la puerta de su oficina, me dio palmadas en la espalda y me dijo:- Sabemos que tiene usted una esposa muy bonita, cuídela.También sabemos que tiene familiares en Puebla, cuídelos. Mi respuesta no le gustó nada: - Eso está ya hablado Secretario, con su gente, con el Lic. Bartlett. Ustedes me dejan en paz y los yerros del embajador Cervantes en Uruguay y las amenazas de ustedes hacía mí, no se publican. Dos veces más hablé con Roel y en la tercera, ya más tranquilo, me comunicó que sería yo promovido a Ministro Consejero de la Embajada de México en Albania, país del que solo tenía una vaga referencia sobre el número de bicicletas en circulación.
Hacia el mediodía del 16 de agosto, fecha de la entrevista, la primera edición del vespertino Últimas Noticias de Excélsior, publicó en primera plana y a ocho columnas, un titular de escándalo:
ARROYO PARRA SERÁINVESTIGADO AQUÍ
Fue LlamadoPor el Gobierno
* Es Diplomático en Uruguay
* Lo acusó Flavio Tavares
* Anuncio del Diario El País
Por obvio resultó de poco interés para mí: Santiago Roél quería ganar tiempo (no se para qué), las notas periodísticas eran para él una auténtica pesadilla y por eso me había dado una tercera entrevista. La segunda fue para reinterrogarme sobre mi relación con Flavio y la tercera, la noticia sobre Albania. Harto ya de tantas estupideces renuncié. Ellos dejaron de amenazarme y yo cumplí mi parte del trato. Con lo que no contaba es que fuí boletinado extraoficialmente a la administración pública federal y algunas de las másimportantesempresas de comunicaciones en el país. Ocho largos meses me costó hallar un empleo y muchos años más regularizar la situación migratoria de Ma. Luisa. La preocupación había disminuido pero no los efectos del "folletón" inventado por Flavio. La Federación Internacional de Periodistas que presidía el escritor Luis Suárez, había hecho cenizas mimodesta reputación en el exterior. A los ojos del mundo, o por lo menos de quienes se enteraron del asunto, yo era una especie de monstruo terrible que había destruido la vida de un comunicador todo decencia, honradez y calidad humana.
En París, esta organización hizo un pronunciamiento público en mi contra, en el que se pedía al gobierno mexicano aplicar todo el peso de la ley para quien presumían era un espía traicionero, cobarde e indigno de cualquier tipo de conmiseración. Apartado ya de las presiones de Santiago Roél y sus colaboradores, dedique todo mi tiempo a buscar empleo. En esas estaba cuando Jerónimo Cardoso, asilado, capitán de la Fuerza AéreaUruguaya, me localizó en casa de un paisano suyo que me había dado alojamiento provisional en la colonia Portales. Nos quedamos de ver en las oficinas del brasileño Héctor Neiva Moreira, director general de la revista Cuadernos del Tercer Mundo, al final de la calle de Insurgentes en la ciudad de México. Cuando llegué me esperaban ahí Jerónimo, Neiva y el escritor Francisco Juliao, también brasileño.Ellos me ofrecieron mediar ante el gobierno mexicano para reinstalarme en el servicio exterior, yo les agradecí su solidaridady rechacé la oferta. Neiva me dijo que su paisano Flavio Tavares, liberado ya del penal de Punta Carretas, estaba asilado en Portugal y que muy pronto, hacia la segunda quincena de enero o la primera de febrero de 1978, convocaría en Lisboa a una conferencia de prensa donde reivindicaría mi posición y aclararía todo lo relacionado con la grotesca red de espionaje internacional y demás artimaña surdidas para salvar la vida. Nunca lo hizo.
Fue por aquellos días cuando recibí un comunicado del escritor Luis Suárez: Le ruego me haga el honor de tomar un café conmigo en el restaurante Vips de la calle La Fragua –Acepté y me senté a dialogar con quien había sido mi ídolo de juventud en la revista Siempre! Una vez identificados, Suárez tomó la iniciativa:- Lo llamé...- Dijo en tono de preocupación, - ... para decirle que tengo con usted un gran cargo de conciencia. Como usted sabe, yo presido la Federación Internacional de Periodistas y desde ahí, personalmente promoví una campaña a favor de la liberación de Flavio Tavares y en contra de usted. He investigado perfectamente la situación y con vergüenza le confieso que me equivoqué. Dígame que puedo hacer por usted para aliviar ese cargo de conciencia... -Conmovido, le dije que ya lo había hecho, convidarme a tomar un café y aceptar que se había equivocado, para mi eso era más que suficiente. El insistió pero yo no varié mi punto de vista. No le volví a ver, pero lo sigo leyendo, sus libros tienen un lugar de privilegio en la modesta biblioteca de la casa que comparto con María Luisa y los tres hijos que tenemos.
Si bien la experiencia no resultó grata, hubo si algunas muestras de solidaridad, como la del escritor uruguayo Luis Mazeo Gatto, ex militante tupamaro y quien me consiguió un modesto empleo como corrector de estilo en la empresa Editores Unidos Mexicanos o como la del periodista poblano Alfonso Yañez Delgado, quien me allanó el camino con Luis Javier Solana, director de El Universal, donde trabajé algunos meses hasta que los señores del Sindicato Nacional de Redactores de la Prensa, me cerraron las puertas por no plegarme a sus intereses.
Diecinueve años después, en 1996, Graziano Pascale publicó su versión novelada de los hechos que dieron origen a la detención de FlavioTavares Freitas, en un libro de la Editorial Trilce denominado Los Años sin Alma. Tres protagonistas principales definen la trama de la crónica escrita a modo de novela: Moctezuma del Parral, sobrenombre impuesto a quien esto escribe, Paulo Delgado, que no es otro que Flavio Tavares y el propio Graziano quien aparece en el texto con el nombre de Carmelo Cavallo. Un fragmento del libro, tomado de lapágina 95, basta en nuestra opinión para explicar su contenido:
- Aunque parezca mentira –interrumpió el elogio que Carmelo estaba prodigando a la pulpa que le acababa de traer el mozo del Forte- el que me da más pena de todos es Del Parral. Es el único de esta historia que no puede defenderse y el que va a terminar mucho peor que los demás. Mal que bien, Paulo volverá a su trabajo, con la aureola de haber estado preso bajo la dictadura uruguaya, lo cual no deja de ser un mérito considerable para un corresponsal extranjero. Pero Del Parral es seguro que lo expulsen del servicio diplomático, y nadie en su gobierno le va a reconocer lo que puede haber hecho de bueno durante su gestión, que según lo que pude escuchar, no ha sido poco. Un buen número de uruguayos le deben la vida, o, al menos, la libertad".