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Con redundancia canta el ser humano,
macho,
la dulzura de bailar dirigido,
no por un paso marcado
sino por el movimiento sensual de la mujer.
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No existe hombre,
recto o inclinado,
que no sucumba ante la armonía danzante
(y especialmente provocadora)
de la mujer en otoño.
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Corrijo mejor: en primavera, verano y otoño.
En invierno no.
Porque entonces ella va de paseo.
Al mercado, a la mar, a los sueños;
y con la brisa fría compone su tesitura,
de forma que el cielo note su entusiasmo.
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Flaca, cuadrada o rechonchita,
no hay ajuar suficiente para su fiesta,
ni hombre verdadero que la merezca.
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Mujer hermosa,
te canto porque con el son de la lengua,
bailas para seducirme.