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Ayer mientras Paola bajaba las escaleras de una habitación sombría, la tormenta inició con relámpagos estruendosos. Ella aplaudía por la aparición de cada destello incandescente y gritaba eufórica su emoción por salir a la lluvia desnuda y bailar, cubriendo su cuerpo con gotas silvestres.
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Sin embargo, cuando pisó el último escalón, tres diferentes sombras parecieron levantarse del suelo y se postraron frente a ella. Luego apareció otra y sumaron cuatro, después cinco, seis y siete; eran obscuras, transparentes, casi espectrales.
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Pronto, el negro de sus imagenes comenzó a absorber diferentes longitudes de luz y cada tramo visible adquirió color propio, vivo, fugaz. Eran sus abuelos y parientes (de hace muchos años claro), que se mostraban contentos por el relampagón (o reventón lluvioso como diríamos nosotros). En un lapso breve, todos se aventaron contra la puerta de entrada y salieron atravesándola al jardín.
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Paola no creía lo que sus ojos veían así que abrió la puerta para demostrar que no la engañaban y que todo ese gentío de sueños existía en realidad. Cual fue su sorpresa al descubrir que aquellos espectros no solo continuaban su festejo, sino que además comenzaban a bailar.
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Ella tomó esta foto antes de desnudarse y salir con ellos.
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(no se emocione lector, Pao no aparece en la imagen).